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Existe un amplio consenso en torno a mala calidad de la educación en Chile.
Este juicio nos lleva a una serie de interrogantes básicas.
¿Qué entendemos por educación?
¿Entendemos todos lo mismo cuando mencionamos la palabra educación?, ¿es la cantidad de conocimientos que se adquiere en la etapa escolar?, ¿es sólo lo que entregan colegios y escuelas? Para nosotros educación es el que entrega el “sistema” educativo que incluye colegios, escuelas, Ministerio de Educación y sus dependencias, Superintendencia de Educación, Agencia de Calidad, alumnos, profesores, paradocentes, directivos, familias y entorno.
Por “entorno” entendemos todo aquello que rodea al sistema educativo propiamente tal. Incluye medios de comunicación social, estructuras políticas, ideológicas y religiosas, redes sociales, organizaciones sociales, redes amicales, etc. Fenómenos tales como la globalización y la digitalización no deben ser dejados de lado al considerar un entorno cada vez más amplio y diversificado.
¿Qué entendemos por mala calidad?
En segundo lugar, ¿qué es lo que queremos decir cuando nos referimos a la “mala calidad” de la educación? Aventuremos una respuesta: es una educación que no satisface determinados estándares.
Ahora bien, ¿cuáles son esos estándares? Aquí las respuestas se diversifican. Para algunos es la medida en que el alumnado que egresa está en condiciones de insertarse ya sea en la educación superior o en el ámbito laboral. Para otros, la medida de calidad está dada por los resultados de pruebas como el SIMCE, la PSU o la prueba PISA. Para otros, la calidad de la educación debe incluir la calidad de personas y de ciudadanos.
No es posible entonces “mejorar la calidad de la educación” sin considerar al conjunto de agentes que intervienen. Por lo mismo, no es posible lograr este objetivo en forma consistente y sólida en un plazo relativamente breve.
¿Por qué no es posible?
Porque para ello sería indispensable alinear a todas estas instituciones no sólo en torno al objetivo, sino especialmente en torno a las formas y mecanismos para lograrlos. Y es aquí donde entran a jugar las diferencias políticas e ideológicas (pública vs privada, educación gratuita vs. educación pagada), intereses corporativos (iglesias, dueños de colegios), etc. Una solución integral para la calidad de la educación involucra necesariamente estrategias de largo plazo que consideren, incluso, cambios culturales profundos. Esto no significa que no haya que hacer nada en lo inmediato. Por el contrario, es necesario iniciar desde ya las acciones que conduzcan al objetivo deseado.
Algunos pasos ya se han dado, en la institucionalidad del sistema educacional (superintendencia, agencia de calidad), en la estructura de financiamiento (gratuidad), en términos de cobertura de la educación preescolar. Sin embargo, salvo honrosas excepciones o esfuerzos individuales al interior de los colegios, no parece haber iniciativas significativas que apunten “al interior del aula”, es decir, a las metodologías pedagógicas y a las relaciones intra-alumnado y entre el alumnado y el cuerpo docente.
Pero donde pareciera haber mayores carencias es en la integración de las familias en el proceso educativo. Está claro que aquellos alumnos que crecen en hogares donde los padres o apoderados tienen altos niveles de educación, parten su educación con un capital educacional mucho mayor que aquellos que crecen en hogares “menos educados”.
Por otra parte, existe suficiente evidencia que, cuando la presencia de los padres en el proceso educativo es mayor, mejores son los resultados de aprendizaje de los alumnos. Es por ello que hace varios años, y tras un intenso debate en el Parlamento, se aprobó en Chile una ley que hacía exigible la constitución de Consejos Escolares en todos los colegios.
En los Consejos Escolares deben estar presentes, al menos, representantes del alumnado, del profesorado, de la dirección del establecimiento y del Centro de Padres. Los Consejos Escolares en Chile no tienen ninguna capacidad resolutiva, pero bien llevados, constituyen una gran herramienta para inducir la participación de toda la comunidad escolar en el proceso educativo. Su funcionamiento debe procurar el alineamiento de todos los estamentos tras el objetivo de mejorar progresivamente el nivel de calidad de la educación impartida en el establecimiento.
El logro de estos objetivos requiere el cumplimiento de varias condiciones: - Que el Consejo Escolar sea efectivamente valorado por toda la comunidad como una herramienta efectiva de participación y no sólo como una formalidad para cumplir la ley.
- Que la Dirección del establecimiento, sin renunciar a las atribuciones que le corresponde como autoridad, reconozca a todos los miembros del Consejo como interlocutores válidos en los asuntos sometidos a su consideración.
- Que el Centro de Padres y Apoderados sea una organización sólida, que constituya una potente red que llegue a las directivas de padres de todos los cursos y, en definitiva, a todos los padres y apoderados. Los Centros de Padres no deben ser eslabones pasivos de la cadena de comunicaciones del colegio.
- Que el Centro de Alumnos sea también una organización sólida, que efectivamente represente el sentir del alumnado, que los movilice y los conduzca en pos de sus propios intereses de una mejor educación.
Un Plan de Mejoramiento a nivel de colegio debe considerar la constitución y fortalecimiento de los Consejos Escolares y programas de formación, capacitación y desarrollo en materias educativas de estudiantes, profesores y padres o apoderados. Naturalmente que este Plan de Mejoramiento, que debe estar bajo la conducción de la Dirección, no excluye otras acciones o medidas que escapan a las atribuciones de los Consejos Escolares, como es el caso, por ejemplo, de la capacitación a los profesores.